"Dehesa Valquejigoso: El Retrato Estricto del château español" por José Peñín


Artículo original de la Asociación Española de Gastronomía y Nutrición: Link.

Pronunciar el nombre de Valquejigoso es una pirueta silábica que requiere parsimonia al articularlo e, incluso, se puede errar al escribirlo. Es el resultado del profundo respeto que el universo del vino español tiene por los nombres rurales para estamparlo en la etiqueta. Así lo hizo Félix Colomo Domínguez con su finca, que toma el nombre de un paraje donde habita un árbol tipo quercus llamado quejigo de la familia del alcornoque, la encina y el roble.

"La bodega más espectacular de la provincia de Madrid"

José Peñin
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Navalcarnero fue, hasta hace 10 años, parada y fonda de muchos madrileños para beber en sus mesones los vinos poderosos de la comarca y después llevarse una garrafa a casa. También fue objeto del deseo de los traficantes del grado y color de sus vinos para venderlos sin pasión, sobre todo, a los embotelladores de Galicia y Asturias. Pero Félix Colomo, propietario del restaurante La Posada de la Villa, Alatriste y el archiconocido Cuevas de Luis Candelas, no compró en 1986 la Dehesa de Valquegigoso para darle una pátina de Grand Cru madrileño, sino para algo tan español como adquirir una finca de caza. Y fue cerca de Navalcarnero, como homenaje a la tierra de su padre, Félix Colomo Díaz, que llegó a ser torero famoso en los años Treinta.

La perseverancia de su hijo Félix Colomo Carmona, tercera generación del apellido, logró convencer a su padre para que este escenario cinegético y silvestre pudiera crear un estilo de vino que hoy está resurgiendo con fuerza: el vino de paraje. Y así fue. Y lo puso difícil, pues empezó con variedades francesas como cabernet sauvignon, merlot, syrah, petit verdot, sauvignon blanc e incluso viognier, cuyas identidades por todos conocidas, podrían enmascarar el terruño.

TERRUÑO MADRILEÑO

La fama de las zonas de calidad españolas comenzó con exquisitos vinos a granel. Tenemos los ejemplos de Priorat, Toro y Cebreros. Algo debía tener para que la subzona de Navalcarnero, de la D.O. Vinos de Madrid, tenga una significación distinta a la de San Martín de Valdeiglesias y Arganda. Y eso es lo más notable: sus suelos de arena y algo más.

Ese “algo más” que ha permitido transmitir, además del alma de variedades globales, el alma de un suelo formado por tres capas en donde los microorganismos se movilizan según el agua que beban. La primera de arena granítica muy semejante a los suelos de los aledaños de Gredos, zona hoy tan de moda. Suelos arenosos que se enfrían rápidamente al ponerse el sol y que por su drenaje “obligan” a las raíces a buscar nutrientes en la siguiente capa –la segunda- de arcilla, reserva mantenedora de la humedad. La tercera está formada por granito con cuarcitas en bloques más compactos con vetas de caliza; por lo tanto, no es un suelo cualquiera. Todas estas castas son capaces de entonar una sinfonía diferente a lo que cabe esperar de estas variedades tan repetidamente usadas en el mundo. Pero también quiso estar en paz con su conciencia madrileña cultivando las autóctonas como albillo real, moscatel, garnacha, negral y tempranillo.

De este proyecto me habló hace 6 años mi amigo Juan Manuel Gutierrez, más conocido como “Guti”, una de las figuras míticas de la distribución de vinos en Madrid que, a sus 67 años, sigue corriendo maratones como el de Nueva York. Me dijo que la bodega estaba cerca de Navalcarnero, a las puertas de Madrid. Pensé que un empresario como Félix desearía crear una empresa, una empresa pragmática, tan pronto me confesó los nombres de las variedades francesas que se empeñó en cultivar. Ya se sabe, las hoy llamadas uvas globales que suelen responder decentemente, ya sea una zona montaraz, clima duro y cálido, ya sea un clima atlántico y fresco. Con esa mochila de castas lo normal es no pertenecer a la D.O. e ir por libre. Probé entonces sus vinos y me parecieron muy correctos, pero previsibles.

Hace unas semanas fui a dar otra vuelta por la finca. A diferencia de la primera vez, en esta ocasión me encontré con unos vinos llenos de expresión y pude comprobar que las cepas bordelesas despedían matices más salvajes muy propios del entorno. Nunca había detectado un sabor tan diferente en estas uvas tan conocidas. ¿Habrá cambiado la genética? ¿Las cepas se hicieron más veteranas? Sin duda es el fruto del tándem Félix Colomo Carmona  y Aurelio García, el joven enólogo que ha entendido perfectamente la simbiosis dehesa-viñedo dividida en más de 83 parcelas, y lo que significa para las cepas un entorno de jara, alcornoques, encinas y animales en libertad, -o casi- capaces de transmitir al vino el embrujo de lo montaraz y lo silvestre.

Un entorno de 970 hectáreas de dehesa trazando el paisaje más identificativo del viñedo español: hileras sobre lomas de suelos pardos amarillentos salpicados de matorral y bosque mediterráneo. Las casi 50 hectáreas de viñas parecen abrirse paso entre la Naturaleza salvaje y llena de vida animal. Entre las encinas y alcornoques se ven pasar y pastar gamos, ciervos, jabalíes como se fuera un atrezzo obligado. ¿Quién sabe si los restos orgánicos de estos animalillos, el matorral, el bosque y sus suelos intactos pueden determinar la misteriosa composición de las levaduras y en consecuencia la personalidad de los vinos?

Cruzando ese paisaje, aún queda el camino por donde en tiempos pasados discurría el ferrocarril Madrid-Almorox, cuyo trayecto duraba ¡tres horas y cuarenta minutos! con parada en el apeadero de Valquejigoso. En el pequeño andén, que aún sobrevive en medio de la maleza, las familias de los agricultores y capataces esperaban al parsimonioso tren para regresar a sus casas en los municipios cercanos. Los trenes salían de la estación de Goya junto al puente de Segovia, como una pequeña Atocha que desapareció en los años Sesenta del pasado siglo.

Las edificaciones de la propiedad se componen de la residencia al más puro estilo de las fincas de recreo de tirolesas y tejados de pizarra que se levantaron en los años Cincuenta, cuando era propietario el catalán Conde de Caralt, hijo de una dinastía cuyo título nobiliario lo instituyera Alfonso XIII en 1916 al que fuera Ministro de Hacienda y Senador José de Caralt y Sala, imagino como base para sus encuentros con la sociedad madrileña del poder. Un lugar verdaderamente atractivo en donde se celebraban fiestas cosmopolitas y concurrencias cinegéticas y al que acudía la crema de la sociedad afín al Régimen. Hoy la familia Colomo no pone el acento en la caza, más por amor a los animales que al negocio. Tanto es así que el crecimiento de la fauna alcanza niveles casi incontrolados.

EL NEGOCIO NO SE CONTEMPLA POR EL MOMENTO

Pasear por sus senderos y viñas es la seducción del silencio, mientras que al penetrar en la bodega uno se sorprende ante la suntuosidad de tanta tecnología punta de fermentación y almacenaje con control térmico y con una impecable geometría de barricas de un solo nivel al más puro estilo bordelés. Sin duda, es la bodega más espectacular de la provincia de Madrid. Uvas refrigeradas, selección de racimos y de granos, trasiegos por gravedad en pequeños depósitos troncocónicos y tinas de roble francés y, como nos gusta a los que escribimos de esto, una pasión por el viñedo. Un concienzudo control del riego con 2 estaciones meteorológicas con equipos de dendrometría con sensores de humedad del suelo a diferentes niveles, presostatos para control hídrico con mapas de desarrollo vegetativo de la planta, etc., todas ellas situadas en parcelas, subparcelas, selección de variedades y suelos que retratan a la perfección una bodega del siglo XXI.

La familia Colomo lo tiene claro. Sin hacer ruido desde que en 1994 plantara las primeras viñas, paso a paso fue construyendo este pequeño emporio centelleante de acero y roble sin las prisas de alcanzar el retorno de la inversión. Todo lo contrario. Algún aficionado y ciertos críticos han llegado a insinuar el elevado precio de sus vinos, cuyo V2 sobrepasa los 100 euros y el vino más básico, el tinto Valquejigoso, a 32 euros. Detrás de estos precios se esconde la plenitud de unos tintos densos, opulentos, con cuerpo, con la dulcedumbre de un alcohol armonizado con la acidez y fruta negra con cierta expresión de confitura. Quizá moderar un punto el “peso” de la barrica que puede destacar en alguna cosecha a pesar de la potencia frutal.

Por encima de estas apreciaciones, los Colomo quieren escapar de la obsesión de que un vino español deba venderse barato cuando marcas de este nivel de calidad italiano, francés o californiano alcanzan o superan estas cotas de precios. “No tenemos ninguna prisa -afirma Félix padre- no es nuestro objetivo hacer negocio a corto y ni siquiera a medio plazo. Fíjate que no hemos dudado en utilizar la mejor botella y el mejor corcho para un vino tan especial. Por eso, casi toda la producción la comercializamos fuera de España, ya que entienden que, si defiendes el producto, a la larga será beneficioso para todo el sector. La mala imagen la tenemos por los bajos precios de nuestros vinos básicos no por los de alta gama a precios altos”.